jueves, 6 de octubre de 2016

Una tarde no como cualquiera.

     Era apenas el inicio de la tarde y me estaba despertando de una pequeña siesta. A pesar de ser ignorante del incidente que había sucedido mientras dormía, noté varias cosas que me parecieron intrigantes: primero al ver a mi izquierda noté que mi computadora estaba apagada, la cual había dejado encendida para recordar (al despertarme) lo que tenía que hacer, después desde mi cama oí que mi hermano estaba en su cuarto, pero ví que tenía la luz apagada y además no estaba usando la computadora, finalmente (cuando reuní fuerzas para levantarme) caminé hasta la sala en la cual había un silencio sepulcral, cuando llegué no podía creer lo que veía, mi madre estaba durmiendo y no viendo televisión (a la hora de la novela). Cualquier persona que conociera lo suficiente a los tres personajes pensaría que estas son señales de la avenida del apocalipsis, entonces para confirmarlo fui hasta mi cuarto (tan rápido como me permitió el letargo de la siesta) e intenté encender la luz, este experimento me mostró la verdadera cara de la realidad, no se avecinaba ningún apocalipsis, era una catástrofe de iguales magnitudes pero no tan trágica, se había ido la luz.

     “¿Y ahora qué haré?” Fue el pensamiento que estuvo en mi mente durante algunos minutos. Necesitaba la computadora para leer un libro que tenía digitalizado en ella. Decidí entonces confiar a que tal vez podría regresar en los siguientes quince minutos y me acosté en la cama, mientras esperaba a que pasara el tiempo empecé a darme cuenta algo interesante: de como me he vuelto dependiente de la computadora, ya no es solamente la herramienta que uso para la búsqueda de información, para estudiar o para distraerme, su frecuente uso, junto a su enorme facilidad y capacidad de proporcionarme lo mencionado anteriormente, fue haciendo que esta herramienta (sin que me diera cuenta y sin haberlo decidido) se mezclara con mi rutina y ahora forma una parte importante de ella, llegando a veces al ridículo caso de usarla sin ni siquiera necesitarla.

     Este es uno de los riesgos al que nos exponemos por la tecnología, su seductora capacidad de resolvernos la vida, de simplificarla hasta el punto que podríamos olvidar como vivir sin ella o hacernos creer que somos incapaces de poder hacerlo. Nosotros somos los que hemos desarrollado estos avances, por lo tanto es lógico pensar que nosotros debemos tener control total sobre la tecnología, pero es impresionante como para muchos humanos (incluyéndome) es todo lo contrario. Personas que por ejemplo: no son capaces de no estar pendientes del teléfono, de no tener que twittear que han respirado 1563 veces en lo que llevan de día, de sobreponer jugar con la consola de videojuegos a hacer los deberes diarios, de no poder despegarse de la computadora, entre otras maneras diferentes de ser “controlados” por la tecnología.

     “¿Entonces nos hemos convertido en esclavos de la tecnología?” Mantuve este pensamiento un rato pero cuando ví la hora ya había pasado el tiempo estipulado. Caí en la resignación de que la luz no regresaría en al menos dos horas, empecé entonces a replantear mi itinerario para lo que quedaba de tarde, busqué aquel cuarto con la mejor iluminación y llevé una mesa junto a todos los utencilios que necesitaba para trabajar. Pasado un rato empezó a disminuir la claridad del cuarto, hasta llegar al punto que era incapaz de leer algo por mi propia cuenta y tuve que recurrir a una vela, experiencia que me resultó divertida durante la primera media hora, porque me sentía como una especie de Galileo buscando pleitos con la iglesia, sin embargo pasado un rato y oscureciéndose aún más el lugar empecé a extrañar el bombillo de mi cuarto y sus ventajas con respecto a la vela.

     Pero en ningún momento pensé que me había vuelto dependiente del bombillo. ¿Hay entonces alguna diferencia con respecto a mi dependecia de la computadora? Tuve la necesidad de buscar la respuesta. Esencialmente todo es producto de una razón biológica, los seres humanos hemos evolucionado sin desarrollar algo cercano a la visión nocturna, entonces ¿por qué quiero seguir trabajando a pesar de la oscuridad, si no estoy adaptado a la actividad nocturna y estoy consciente de ello? La razón se encuentra en la dinámica de nuestra sociedad, que nos ha obligado a estar activos hasta ciertas horas de la noche y madrugada, para tener tiempo suficiente de hacer todas y cada una de nuestras obligaciones, por esto es que yo necesito usar el bombillo. Esta necesidad no es generada por la tecnología, viene de cambios producidos por la modernización de nuestra sociedad, que se ha adaptado a sus nuevas posibilidades generadas por los desarrollos tecnológicos, aunque a diferencia de la computadora yo soy el que decido y tengo el control de su uso.



     Finalmente, después de muchos intentos, mi lucha contra la oscuridad resultó en una vergonzosa derrota, por lo que decidí acostarme, implorando en el proceso a alguna deidad que se dignara a escucharme a que me regalara algo de iluminación durante la madrugada. Una vez en mi cama fui resumiendo como durante la tarde ví dos caras del uso de la tecnología, la primera era la que se reflejaba en el uso del bombillo, en el cual nosotros tenemos el control y está ligado a la mentalidad de la sociedad actual de no tener tiempo suficiente, y hay sacarlo de donde sea necesario si hace falta. Para este caso la tecnología toma la forma de una posible vía para ayudarnos a rendir con nuestras actividades diarias, facilitando su culminación, pero su uso es desición nuestra. La segunda cara es un uso descontrolado, que se reflejaba en mi afición a la computadora, en este caso nos dejamos llevar por las puertas que nos abre la tecnología, nuestra mente queda a merced de un poder enfermizo que la somete y termina influyendo (e incluso me arriesgaría a decir que controlando) nuestras decisiones, sin que nosotros nos percatemos y estemos en una ilusión en la que creemos que el control está en nuestras manos, cuando en realidad lo que tenemos es un grillete.  


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